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Pasada la aclimatación a la altura, decidí contratar un tour de todo el día al Valle Sagrado de los Inkas (35 soles). La verdad es que se atrasaron en irme a buscar al hostal, pero al menos fueron. 

El Valle Sagrado debe su nombre – «Sagrado» – a la belleza de su paisaje. A tal punto que se decía que era el reflejo terrenal de la Vía Láctea. Este valle que enmarca al río Vilcanota o Wilcamayu era considerado una prolongación directa de la ciudad de Cusco. 

La combi en la que viajábamos paró dos veces antes de llegar a nuestro primer destino. La primera parada fue en un punto panorámico para sacar fotos, la segunda para pasar al baño ya que en el sitio arqueológico al que íbamos había mucha gente.

Finalmente arribamos a Pisaq (Pisac), a 32 kms de Cusco. Pisaq está edificado sobre una montaña, con grupos de andenes agrícolas y recintos sagrados. La guía nos explicó lo básico del sitio en la base y luego nos dio tiempo libre. El tiempo libre, por supuesto, no alcanzó para ver todo. Tuve que elegir y preferí ir a ver las construcciones más importantes (para lo cual tuve que subir… ya me iba a acostumbrar a los escalones…). Mientras subía, observé las cuevas en la montaña de enfrente en donde los Inkas colocaban las momias (cuevas saqueadas por los españoles en busca de tesoros). Entre los turistas comenzó el rumor de que los espíritus de los muertos no debían estar muy contentos y que podían vengarse de los profanadores en nosotros. Por las dudas me fijé bien dónde pisaba. 

Llegué a la parte superior, pero no estuve mucho tiempo tranquila, porque enseguida apareció un grupo de alemanes alborotándolo todo con gritos y fotos. Comencé el descenso tras visitar la casa del cacique.

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                Pisaq desde la cima.

Fue complicado salir de Pisaq. Hubo una terrible congestión de micros y combis y perdimos un montón de tiempo. No hay realmente un estacionamiento así que los micros paran donde pueden. ¡Y es camino de montaña! Así que no hay mucho espacio. Unas chicas argentinas decidieron aprovechar y compraron choclo con queso, pero el choclo que utilizan para eso es muy diferente del que comemos en Argentina: tiene granos grandes y es blanco. El gusto también es distinto. No las convenció, aunque se sacaron lindas fotos con la gran mazorca.

Pasamos por el mercado artesanal de Pisaq y por una tienda donde fabrican joyas de plata. Allí nos explicaron algunas cosas sobre la confección y la diferencia entre plata y alpaca (no confundir con el animal llamado igual). 

Almorzamos en Urubamba, en un restaurant llamado Inkas House (Plazoleta El Trébol). Yo pagué con el tour el almuerzo bufet (otros 35 soles) que incluía una bebida caliente. Había música en vivo y buena comida. Recomiendo el Gulash  o guiso de alpaca y la oca (un tubérculo propio de la zona). No es obligatorio ir a ese restaurant. Las chicas argentinas fueron a otro donde pidieron a la carta y me dijeron que los platos eran ricos y abundantes. Sin embargo, otras dos personas del grupo fueron a un restaurant más lejano y se quedaron furiosas con el almuerzo. 

Seguimos viaje hacia Ollantaytambo, un gran complejo arqueológico a medio camino hacia Machu Picchu. Un consejo que les doy es viajar a Ollantaytambo por su cuenta, visitar las ruinas por la mañana (menos gente), dormir allá y viajar al otro día a Machu Picchu. Si no lo hice fue porque de esa manera no iba a poder conocer Pisaq.

Ollantaytambo es una ciudad con obras inconclusas, fortalezas de control y graneros. En una de las montañas frente al sitio arqueológico se encuentra Tunupa, un monumento de 140 metros de altura allí esculpido (según las leyendas locales se cree que en esa piedra quedó grabado el rostro del dios Wiracocha). 

Me costó mucho la subida hasta el templo del sol. No sé si por no tener costumbre de subir tantos escalones (al otro día me dolían mucho las piernas) o porque la guía nos hacía apurar ya que íbamos con el tiempo justo. La verdad es que el tiempo en Ollantaytambo no fue suficiente y me quedé con ganas de más. No pudimos ver mucho aunque nos dieron algo de tiempo libre. Terminé muy cansada. Además había tanta gente y era tan pequeño el espacio que no pude sacar buenas fotos.

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Tunupa.

Al atardecer llegamos a Chinchero. Nunca me costó tanto ir cuesta arriba por una calle.Me sentía realmente muy cansada y comenzaba el frío. Entramos a las ruinas arqueológicas para visitar la hermosa iglesia de 1607. Los murales, el techo y el retablo mayor son una belleza. Lamentablemente no se puede sacar fotos en su interior. 

No pudimos ver mucho más del sitio ya que se hizo de noche.

Visitamos, eso sí, un mercado textil de Chinchero donde nos sirvieron mate de coca caliente y una nena nos mostró el proceso a través del cual lavan la lana con una raíz jabonosa, la tiñen de distintos colores y luego la preparan para usarla en tejidos.