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A veces cometemos errores de los cuales nos arrepentimos. Como yo en este caso. Estaba con dolor de garganta y pensé que un tour iba a ser más adecuado que andar corriendo por mi cuenta. Tendría que haber seguido mi instinto e ir sola, pero terminé en un tour a Chichén Itzá. NO CONTRATEN ESTE TOUR!!!! No es que el guía fuera malo o que el tour fuera una estafa pero sí resultó una decepción (una aclaración: no importa dónde contraten el tour, hay una sola empresa mayorista). El problema es que no tuvimos mucho tiempo en el sitio. Por empezar porque Chichén Itzá está entre dos y tres horas de Mérida (según el transporte) y hay cola para entrar, luego porque hay gente que contrata el tour con conexión para Cancún así que tiene que seguir un horario muy rígido, finalmente porque incluyen la visita a un cenote y eso quita tiempo. Para ir a Chichén, hay que ir sólo a Chichén. Yo estuve unas seis horas en Palenque y unas ocho en Tikal (sin contar con el tiempo del amanecer): en Chichén Itzá únicamente dos horas. Es un chiste. ¡¡¡NUNCA MÁS!!!! Lo mejor es ir al sitio en bus desde la terminal CAME y tomar el de las 6:30 para llegar cuando abre. A la vuelta el último sale a las 17:15.
No encontré ninguna mística en Chichén Itzá, no ahora con tantos turistas y vendedores ambulantes. Yo no pude concentrarme. Me vi arrastrada de un lado a otro como en un sueño. Chichén tampoco se parecía a lo que había imaginado. Con el guía recorrimos varios sitios hasta llegar a la Pirámide de Kukulcán. Inmensa y fascinante, pero muy lejana. Desde que nombraron a la ciudad una de las Siete Maravillas Modernas van más turistas y uno no puede subirse ni acercarse mucho a ningún lado. El recorrido de una hora terminó en el Juego de Pelota. Ahí el guía nos dio 40 minutos libres para recorrer el resto y encontrarnos en la entrada. ¡Muy poco tiempo! Caminé rapidito a ver lo que me faltaba (sólo un vistazo, una foto y seguir adelante): el Caracol, la Casa de las Monjas… Hasta acá fui con el grupo del tour. Cuando llegamos al Grupo de las 1000 Columnas yo me separé para ver unas construcciones aledañas. Yo había decidido tomarme 20 minutos más, pasara lo que pasara.
Quedé con bronca por no poder subir al Templo de los Guerreros y fotografiar de cerca el Chac Mool. Desde abajo no alcanzaba a verse al menos que uno se alejara bastante. Hice malabarismos con el zoom. Conseguí que me sacaran una foto con la Pirámide sin docenas de turistas alrededor. Vi la hora. Como el conejo de Alicia comencé a correr hacia la salida (y recuerden que no me sentía bien y que llevaba dos horas caminando ligero). Seguí la fila de los vendedores y… ¡Casi aterricé en el Cenote Sagrado! Me había equivocado. Suelo tener un muy buen sentido de orientación, pero en Chichén mi GPS mental falló totalmente. Allí estaba, frente al cenote como una boca devoradora… esperándome. La «Boca de los Brujos del Agua». No podía quedarme. Era tardísimo y estaba en la otra punta. Me guiaron los vendedores. Casi corría entre la gente. Finalmente llegué a la entrada, ¿media hora tarde o más? El guía quería matarme. Ya había llevado al resto de la gente del tour al restaurant para almorzar (estaba incluido). Yo hubiera preferido no comer y quedarme entre las ruinas. Le dije que me había perdido, lo cual era cierto, pero no totalmente. Al salir de Chichén comenzó a llover.
El guía me llevó al restaurant con la advertencia de que iba a tener menos tiempo. Los demás ya estaban por el postre. Como era buffet, alcancé a comer sin problemas. Probé la sopa de lima. Muy rica. De allí fuimos al cenote Ikkil que es una especie de balneario. Como yo no estaba bien de la garganta no había llevado traje de baño. Bajamos al cenote. Es demasiado turístico, con vestuarios, etc. Casi como un club. No tiene gracia. El cenote en sí es inmenso y hermoso, como una pileta de natación redonda en medio de paredes de piedra. Al menos metí los pies en el agua.
Si quieren cenotes en serio, deben ir a Cuzamá. Para eso toman la combi a Cuzamá frente a la Terminal del Noreste (o un colectivo en la terminal).
Por suerte había otros tres turistas en la combi que se dirigían a los cenotes así que me uní a ellos para reducir gastos. Compartí una mototaxi con uno de ellos hasta el parador de los trucks. Los trucks son para cuatro personas y en 2012 salía 250 pesos el grupo (luego nos dividimos lo que tenía que pagar cada uno, creo que sólo 63 pesos).
Nos subimos al truck que antiguamente servía para cargar henequén a las haciendas. Es un carromato que va sobre rieles como un tren, pero que es guiado por un caballo. Fue algo muy distinto a lo demás. El recorrido de 9 kms dura unas tres horas y puedo asegurar que fueron tres horas mágicas.
Primero llegamos al Cenote Chelentún. Es el cenote más grande y el más abierto de los tres, con agua azul y temperatura perfecta. Hay una parte más honda y otra más baja. Al fondo hay una cierta correntada y menos luz porque ahí se cierra la bóveda, con la forma de una planta carnívora. Nadamos por casi 45 minutos. Fue delicioso. Ninguno quería salir. El baño que estaba afuera de este cenote era muy raro ya que parecía una choza. Tenía inodoros pero estaban separados por cortinas de lona. No había mucha intimidad.
De ahí fuimos al Cenote Chacsinicché. Nuevamente escaleras de madera, unos 20 mts. El agua era muy cristalina: según dicen es el cenote más profundo. Yo no hice pie en ningún sitio así que no sabría decir. Aprovechamos para jugar como chicos con la raíz de un árbol que casi terminaba en el agua y servía para trepar. Este fue el cenote más divertido. Era más oscuro que el anterior y más frío, pero no nos importó. Nos quedamos alrededor de media hora. Finalmente llegamos al Cenote Bolonchojol y fue una experiencia espiritual. Tiene una bóveda muy pequeña así que no se ve mucho desde el exterior. Hay que introducirse «a ciegas» en un agujero en el que apenas entra una escalera en vertical… y esperar el milagro. Un ritual chamánico de vida y muerte. Por algo para los mayas los cenotes eran la entrada al inframundo. Ahora entiendo por qué. No sabía con qué iba a encontrarme mientras bajaba a la oscuridad. Abajo, penumbras. Me costó acostumbrarme a la tenue luz del cenote. Apenas pasan unos rayos de sol. El agua era más fría y, cuando uno flotaba buscando los escasos rayos lumínicos, podía sentir que formaba parte de una experiencia distinta. Después de media hora, los murciélagos y el guía nos sacaron del cenote. Volvimos los 9 kms mojados pero felices. Nos cambiamos de ropa en un restaurant y volvimos en mototaxi al centro de Cuzamá. Desde allí tomamos el autobús a Mérida.
Almorzamos en La Chaya Maya. Yo probé «Tradición yucateca» y no me convenció.