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Amaicha del Valle, Argentina, Cafayate, El Mollar, Tafí del Valle, Tucumán
Originalmente yo deseaba tomar la excursión que iba hasta las ruinas de los Quilmes (la «Machu Pichu» argentina) y que visitaba también las ruinas jesuíticas de Lules, pero como estaba sola y fuera de temporada tuve que arreglarme con lo que pude. En una agencia – Turismo de Tucumán (Crisóstomo Alvarez 435) – me consiguieron un lugar con un matrimonio que iba de tour a Cafayate y que en el trayecto pasaba por las ruinas de los Quilmes. A mí no me interesaba Cafayate porque hacía poco tiempo que había ido, pero bueno. Los de la agencia no me cobraron la diferencia así que yo pagué la excursión a Quilmes, no a Cafayate (que es más cara). Lamentablemente no pasamos por Lules, pero eso ya se solucionaría…
Me pasaron a buscar en un auto a las 7:40hs. El chófer-guía se llamaba Luis (parece ser mi destino que todos los guías se llamen Luis) y era fanático de Harry Potter.
Primero pasamos por Famaillá donde paramos a cargar GNC. Luego nos adentramos en la Yunga por la serpenteante quebrada de los Sosa. Fue la parte que más me gustó. Nos detuvimos en el Monumento al Indio para sacar fotos. Allí también se pueden comprar artesanías: es un buen alto en el camino. La escultura realizada por Enrique Prat Gay y colocada en 1943 se llama realmente «El Chasqui», en referencia al sistema de mensajería inca.
Finalmente abandonamos la Yunga y llegamos al Dique la Angostura donde también paramos a sacar fotos (¡hicimos muchas paradas fotográficas!). En la punta derecha del dique se encuentra Tafi del Valle; en la izquierda, El Mollar. Nosotros doblamos hacia El Mollar para visitar el parque arqueológico de Menhires. Se trata de menhires muy antiguos (siglos VIII-IX aC) de la cultura Tafi. Aquellos con diseños son fascinantes. !No hace falta ir a Stonehenge!
«Se relaciona estos menhires de Tafí del Valle con el culto fálico y la fecundidad de la tierra, o bien con personajes similares a los encontrados en la Puerta del Sol, en Bolivia, así como extraños círculos de piedra alrededor de ellos parecen indicar que se trataría de un método para determinar los solsticios y podrían haber servido para marcar los puntos equinocciales. Lo único cierto, por ahora, es que se observan notables parecidos con esculturas encontradas en puntos muy distantes del mundo. El propio hecho de su existencia y el interés científico que despiertan ha de revelar, algún día, el misterio que envuelve a las «piedras largas». » Fuente
De allí fuimos a Tafí del Valle, un lugar al que me encantaría volver. Recorrimos el museo jesuítico de La Banda cuya capilla data de 1718 ($ 5). El museo abre todos los días de 8 a 18hs y es muy interesante. El primer dato que se tiene sobre el lugar es que fue otorgado por merced real, en 1617, al vecino feudatario y encomendero Melián L. y Guevara. En 1716 la orden jesuítica adquirió estas tierras, tras lo cual organizó la estancia que ocupaba el extenso valle de Tafí. Expulsados en 1767, el fundo se subdividió y con el nombre de Potrero del rincón pasó a manos de tradicionales familias Tucumanas. A partir de 1973 fue adquirida por el estado provincial y se restauraron las edificaciones para construir el actual Museo Histórico y Arqueológico.
No nos quedamos mucho en el centro de Tafí, pero entramos en una tienda donde vendían quesos, embutidos, licores, etc. y ofrecían una degustación (¡probé salame de llama!). El guía nos llevó a La Quebradita a comer algo rápido. Yo pedí una porción de tarta de frambuesa (nada de otro mundo, $18). Nueva parada al baño antes de aventurarnos en el desierto.
Comenzamos a ascender hasta el Abra El Infiernillo a 3042 mts sobre el nivel del mar, un paso montañoso que une el valle de Tafí con los valles Calchaquíes. Allí hay un mirador y una mini casa de Tucumán. Unos niños llevaban sus llamas a los turistas para que les dieran algún dinero para sacarse fotos. Yo preferí acariciar a una llama bebé (sin sacarle fotos) sintiéndome culpable por haber comido el salame de llama y di las tres vueltas requeridas al reloj de sol (para la suerte, dicen). Allí pueden verse las dos banderas creadas por Belgrano (obviamente que no son las originales de su ejército): la que todos conocemos y la que tiene dos franjas blancas y una celeste en el medio. A esta última la llaman «la bandera de Macha». Según muchos, esta sería la primera bandera creada por Belgrano en 1812.
Posteriormente paramos cerca del observatorio astronómico de Ampimpa para sacar fotos de la inmensidad de las sierras de Aconquija. ¡Sin palabras!
Arribamos a Amaicha del Valle y, gracias a mi insistencia porque no estaba incluido, entramos al museo de la Pachamama ($25) que no es tanto un museo como un paseo artístico con hermosas esculturas realizadas por Héctor Cruz. El sitio tiene obras majestuosas, pero no esperen un museo de arqueología ya que sólo tiene réplicas. Otra cosa, Héctor Cruz no es muy querido por los Quilmes ya que quiso instalar un complejo turístico en su ciudad sagrada y terminaron desalojándolo:
«En marzo de 1992 se firmó el contrato de concesión del Complejo Ruinas de Quilmes -por 10 años-, entre el entonces gobernador Ramón Ortega y el empresario Héctor Cruz. En 1995 Cruz construyó el hotel El Parador, en el predio arqueológico, con los beneficios en créditos fiscales que otorgaba la Ley de Promoción Turística. En diciembre de 2002, al vencer la concesión, el Poder Ejecutivo autorizó a la Secretaría de Turismo a que fije día y hora para recuperar el predio. Pero, Cruz siguió ocupándolo. En julio de 2007 el gobernador, José Alperovich, facultó por decreto al Ente Tucumán Turismo a desalojar el complejo.» (del diario La Gaceta).
Aunque la parte de venta de souvenirs es casi más grande que las salas del «museo», no me arrepiento de haber ido porque el edificio es precioso: una sala de geología con la reconstrucción de una mina, una de antropología donde reproduce una vivienda originaria y dos de arte (una de telares muy buena y otra de pinturas bastante mediocres).
Y ya estábamos cerca del lugar esperado: ¡¡¡la ciudad sagrada de los Quilmes!!! La verdad es que es bastante grande y eso que los arqueólogos sólo han puesto al descubierto el 15%. Fue una gran ciudad escalonada sobre la montaña. Arriba las castas superiores, abajo los agricultores. Durante 130 años resistieron a la conquista española, hasta que fueron sitiados y vencidos.
No subí hasta la parte superior de las ruinas porque hacía calor y estaba cansada. El sol de la tarde no ayudó para mis fotos, supongo que el horario ideal para ir es por la mañana.
«La ciudad de los quilmes fue uno de los asentamientos prehispánicos más importantes del país. Solamente la base de las casas fue reconstruida, utilizando las mismas piedras que yacían amontonadas en el sitio. Vista desde las alturas del cerro, la ciudad se asemeja a un complejo laberinto de cuadrículas de hasta 70 metros de largo, que servían de andenes de cultivo, depósitos y corrales para las llamas. Hay también numerosas casas de estructura circular que originalmente estaban techadas con paja. Se calcula que el lugar comenzó a poblarse alrededor del siglo IX d.C., y a mediados del siglo XVII unas 10 mil personas vivían en los territorios de los alrededores.
La ciudad era una verdadera fortaleza. Aun quedan restos de piedra laja clavados en la tierra, que formaban parapetos a 120 metros de altura, infranqueables a cualquier ataque. Los quilmes, entrenados en el arte de la guerra debido a los conflictos con las tribus vecinas, fueron el hueso más duro de roer para los españoles en el Norte argentino. Tenían un ejército de 400 indígenas que resistió el asedio español durante 130 años. Sus “hermanos de armas” eran los cafayates, y no solamente resistieron en su ciudad fortificada sino que también salían de ella en malón a destruir las que iban fundando los españoles.
Pasada la fiebre del oro en América, la conquista codiciaba a los quilmes como fuerza de trabajo. Para someterlos, los españoles llevaron a cabo una política sistemática de destrucción de sus cultivos, y finalmente lograron rendirlos en 1666, no por la fuerza –ya que la ciudad era indoblegable– sino por hambre y sed. A los sobrevivientes –unas 200 familias– se les fijó como lugar de residencia la zona de la provincia de Buenos Aires que hoy se conoce como Partido de Quilmes, a donde debieron llegar caminando bajo custodia militar. Allí vivieron hasta 1812 en la Reducción de la Santa Cruz de los Quilmes –que funcionó como Encomienda Real–, donde los indios pagaban tributo a la corona con su trabajo.» (Página /12)
Continuamos viaje hasta Cafayate, Salta. Fuimos a la bodega Vasija Secreta donde probé dos vinos: un tinto y uno llamado «Gata Flora«que me gustó más. Como la famosa heladería Miranda estaba cerrada, fuimos a la heladería Santa Bárbara donde me compré un vasito de $12 de helado de cabernet y cuaresmillo. ¡Eso no se consigue en otra parte! Cafayate se veía tranquilo ese domingo…
Emprendimos el regreso. No nos detuvimos hasta llegar a La Quebradita de Tafí del Valle donde comimos algo (en mi caso un sandwich de queso y cantimpalo). Vimos el atardecer entre las montañas y luego fuimos rodeados por la vía láctea.
La Yunga y San Miguel de Tucumán de noche. Llegué al hotel a eso de las 22:30hs. Estaba tan agotada que me crucé a la estación de servicio y compré una ensalada de frutas (estaba antojada) y un jugo de naranja para cenar.