El último día en Río de Janeiro me despertaron las campanas del convento. Llovía nuevamente. Como tenía tiempo antes de mi vuelo a Buenos Aires caminé un poco por el centro. Conocí otra iglesia y vi la plaza Tiradentes donde el día antes de mi llegada había ocurrido una explosión en un restaurant.
Seguí por las calles de los anticuarios y comí un salgado con refresco de Guaraná en Lapa.
Para ir al aeropuerto internacional y no gastar mucho, tomé un taxi hasta el cercano aeropuerto Dumont (de cabotaje) y desde allí busqué el bus al otro aeropuerto. Es una alternativa si el colectivo no pasa a la vuelta cerca de nuestro hotel.
Todo salió bien, aunque mi valija quedó chueca luego del maltrato aeroportuario.
Números de teléfono para agendar: Policía 190, emergencias 191.
Fortaleza de Santa Cruz desde el mar
Pd. Pueden ir por su cuenta a Ilha Grande. Primero van en micro hasta Angra dos Reis y de allí toman el catamarán o el ferry.
Por fin, y ya casi cuando me volvía, tuve un día completo de sol. Por supuesto, terminé insolada.
Empecé yendo a la Marina da Glória, el puerto de Río de Janeiro, que desde mi hotel se podía hacer a pie. El día anterior, en el tren al Corcovado, me habían dado una promoción de la empresa Saveiros por la cual tenía 50 % de descuento en un paseo en barco. ¡Y no iba a desaprovecharlo!!!
Así que hice el paseo de dos horas por la bahía de Guanabara en un hermoso barco. Desde el mar vimos el Cristo Redentor y el Pan de Azúcar, la fortaleza de Urca y la de Santa Cruz (que parece de película), el exótico museo de arte de Niteroi, el impresionante puente de 14 kms Río-Niteroi, la isla Fiscal, etc. Nos sirvieron deliciosas rodajas de ananá y sandía.
Luego tomé el subte en la estación de Glória hasta la famosa playa Copacabana (estación Cardeal Arcoverde). Antes de llegar a la playa comí algo con agua de coco. Cuando digo agua de coco, me refiero a que abrieron un coco y me dieron un sorbete para tomar el agua. Es muy refrescante.
Recorrí toda la playa de Copacabana, desde el Copacabana Palace Hotel -ahora Belmond Copacabana Palace– inaugurado en 1923 hasta el fuerte histórico (no entré al museo). Me desilusioné un poco porque el agua estaba helada y sólo metí los pies. Me habían dicho que no llevara nada de valor porque hay muchos robos. Especialmente de cámaras. Igual saqué algunas fotos, aunque con recelo y mucha paranoia. Lo más lindo de Copacabana es la rambla con su diseño ondulante.
Finalmente llegué a Ipanema y me enamoré de sus playas. Es el Río que uno imagina por las películas. Me quedé bastante en la playa, sentada en la arena sintiendo el olor verde marino. Ahí las olas son más altas de modo que había una competencia de surf.
Me ganó el calor y fui al museo de piedras preciosas. La verdad es que no es un museo sino un espectáculo de la empresa H. Stern para venderte alguna gema. Te hacen sentir culpable por no gastar ni siquiera mil dólares en un dije. Eso sí, te tratan como un príncipe. Claro que tanta adulación me puso nerviosa. De no ser por esto me hubiera gustado el recorrido. Tiene piedras hermosas. Descubrí el topacio imperial y la belleza del oro blanco. Casi todas las piedras llegan de Minas Gerais y dicen que encuentran diamantes puros en los lechos de los ríos. Igual, si quieren comprar alguna joya es el lugar indicado porque hacen descuento «de fábrica».
Me encantó caminar por el barrio de Ipanema aunque no encontré ninguna confitería donde merendar.
Tomé el subte y bajé en Carioca para ir al cierre del congreso. Luego me di el gusto de tomar el té en un café histórico de Río: Casa Cavé.
Después de tres días de lluvia, el martes por fin salió el sol por la tarde. Visité el convento de San Antonio, muy bello en su manera barroca y dorada, almorcé dos empanadas en el centro y -cuando vi que el sol se asomaba- decidí ir al Pan de Azúcar que estaba más despejado que el Corcovado. SI NO ESTÁ DESPEJADO NO SE LES OCURRA IR. Tengan en cuenta que el teleférico no es barato (ahora está a 62 reales).
En el subte compré la opción «metro + ônibus expresso». Me bajé en la estación Botafogo y de allí tomé el colectivo que va a Urca. Hay que bajarse en la Plaza General Tiburcio. Yo casi me perdí pero me ayudaron y llegué al teleférico. No había gente así que no hice cola para subir.
Subí primero al morro de Urca (220 mts) y luego al famoso y representativo morro Pão de Açúcar (396 mts). Ahí saqué fotos desde sus miradores hasta que me quedé sin pilas, vi largartijas, pájaros y un monito. Tomé sol. ¡Tenía que aprovecharlo! De lejos se vislumbra el Cristo Redentor y la playa de Copacabana.
El morro de granito domina la bahía. Volví al de Urca donde aprendí la historia de todas las elevaciones de Río de Janeiro: todas fueron formadas por magma bajo el mar, antes que éste descendiera. Dicen que son un monumento geológico. En el local Rei do Mate tomé una bebida compuesta de mate caliente, uva, clavo de olor y canela. Me senté a aprovechar del momento. Eso es lo bueno de no ir en excursión. Nadie te apura.
Volví a la base. Tomé el colectivo 513 y luego el subte. A la noche fui a cenar a Chopperia Cinelândia donde pedí el prato popular. Quedé llenísima antes de poder terminarlo (pollo, chorizo, arroz, papas fritas…).
¿Qué pudo haber pasado al otro día? Imaginen… Sí, volvió a llover. Me dediqué al congreso y visité las iglesias de San Francisco y de la Candelaria. Caminando por esa zona llegué a un barrio que parecía Once de modo que hice un poco de «shopping». Aún con un tipo de cambio no conveniente, había cosas muy baratas. Es verdad que el algodón de Brasil es bueno. La próxima vez que vaya compraré otro par de sábanas.
El jueves, por fin, pude respirar aliviada: ¡misión cumplida!. Fui al Corcovado y vi el Cristo Redentor. Cuando me levanté el sol todavía luchaba con las nubes pero a la tarde se fue despejando. Comí en el centro comida china con maracuyá y salí al Corcovado con el mismo método de transporte con el que fui a Pan de Azúcar. Subte hasta estación Largo Do Machado y luego colectivo 580 (con el cartel “Cosme Velho”). ¡Estaba tan ansiosa! Por suerte no había nada de cola. Compré mi ticket y a las 13:20 estaba subiendo al tren. Nos fuimos introduciendo en la floresta de Tijuca con música de samba. Desembarcamos y subimos al ascensor. Del ascensor a escaleras mecánicas. ¡Mi primera visión del Cristo fue de espaldas! Finalmente nos vimos cara a cara.
Creo que tiene 70 mts de alto. Saqué fotos y me quemé un poco por el sol. Como mirador es impresionante ya que domina la vista de la ciudad. A los pies del Cristo hay una capilla que es como el pedestal que lo sostiene, «el mundo». Luego me senté en un bar a tomar un jugo de papaya hasta que se nubló y empezó a refrescar. Di una última recorrida (no quería despedirme) y esta vez bajé por las escaleras de piedra hasta el tren.
La vuelta fue tranquila. Me bajé en la estación de Gloria y recorrí el Parque del Paseo (Praça Passeio Publico) que parece imitar los jardines de Versailles.
Esa noche fui a comer de nuevo a Baby Galeto y comí galeto (pollito) con espaguetis y brócoli. Estaba delicioso.
El día siguiente de mi llegada amaneció con lluvia. Igual todavía no estaba preocupada.
Desayuné y fui a visitar la catedral de San Sebastián: una impresionante construcción en forma de pirámide. Es realmente inmensa. Visité asimismo el Museo Sacro donde está el anillo que el papa Juan Pablo II donó a una favela. De ahí caminé hasta la exquisita iglesia del Carmen (aunque no tomé la visita guiada porque no quería gastarme todos los reales).
Tomé el subte en la estación Uruguaiana y fui hasta Catete para conocer el barrio que me habían recomendado. Es un sitio muy lindo, parecido a Buenos Aires. Almorcé en Karolina’s, un restaurant que vende la comida por kilo y donde se puede comer por poco dinero.
En Brasil todo tiene un gusto distinto. Lo dulce es mucho más dulce y lo salado es más especiado aunque -afortunadamente- no picante.
Después de comer fui a la playa Flamengo (creo que era esa playa). Había poca gente porque aunque no llovía el día estaba feo. Los nubarrones cubrían la cima de los cerros. ¡Negros nubarrones! Metí los pies en el agua que estaba fría, pero no tanto como en Mar del Plata. Me senté un rato en la playa mientras el mar subía. Luego caminé hasta la estación Flamengo. Antes de volver al hotel pasé por el supermercado: la comida no es cara. Lo caro de Brasil es el transporte y la hotelería.
Empezó a llover torrencialmente. A la noche igual salí. Había un espectáculo al aire libre en la plaza de Cinelândia que me pareció interesante de ver. Además pensé que el mal clima haría que fuera menos gente. Cené un sandwich de carne asada + jugo de melón en Spaguettilândia (extraño los jugos de Río) y luego me puse a esperar el inicio del espectáculo en la plaza. La lluvia por momentos se hizo densa, pero igual me quedé. Esa noche me enamoré de Río con Ensaio sobre a beleza que mostraba la unión entre Brasil e Italia. No entendí bien todo lo que decían, pero era fascinante. Hubo acrobacias aéreas, música y color… ¡Maravilloso! Hasta una especie de carroza de carnaval (lo máximo a lo que uno puede aspirar en octubre!)… Música de Verdi, ballet en el aire y samba con imágenes de Botticelli. Pueden encontrar fragmentos en youtube. Recordaron a Carmen Miranda y todos los temas musicales que representan a Brasil. Música de películas de Fellini y mujeres que parecían salidas de Amarcord. Fue mágico.
Al otro día me mojé bastante, pero nuevamente no por meterme en el mar. Después de desayunar comencé a caminar por el centro pero estaba vacío y no me daba ninguna tranquilidad (era domingo). Las nubes negras seguían amenazantes aunque por momentos salía el sol. Decidí ir al Jardín Botánico, un paseo que recomiendo. Tomé el «metro na superfície» en Cinelândia. ¿Qué significa? Bueno, fui en subte hasta la estación Botafoco y de ahí tomé la combinación del micro hasta la parada del Jardín Botánico. Uno sale del subte y al lado están estos micros especiales que continúan el camino por arriba. No tenemos algo así en Buenos Aires así que es difícil de explicar.
Planta carnívora
Es un poco lejos pero vale la pena. El jardín es inmenso. ¡Estuve horas caminando hasta que me echó la lluvia! Lo mejor: el rincón de Eco y Narciso, la Fuente de las Musas, el lago, el museo arqueológico, el Jardín Mexicano, el orquidario con su perfume embriagador, las ruinas de la antigua fábrica de pólvora (ahí comí una hamburguesa con queso), las plantas insectívoras, la gruta, el Jardín Bíblico, el rosedal y el Jardín Japonés (aunque el Jardín Japonés de Buenos Aires es mejor)… Es para volver!!!
Se largó a llover torrencialmente así que salí del parque e hice el camino de vuelta, salvo que me bajé en la estación de subte de Uruguaiana para ir a misa en el Monasterio de San Benito. Es bellísimo, sin palabras. La lectura de vísperas fue hermosa: campanas, órgano y canto gregoriano.
Como seguía lloviendo, cené frente al hotel en Baby Galeto. Buena comida a buen precio.
El lunes no paró de llover en ningún momento. Al menos empezó el congreso. Al mediodía decidí ir al pintoresco barrio de Santa Teresa. Tuve que tomar el colectivo 014 porque el mayor atractivo del barrio, el tranvía o «bondiño», no funcionaba porque un accidente había matado a seis personas. Creo que todavía no funciona, pero pueden averiguar. Sin el tranvía se pierde la diversión del paseo. Tampoco ayuda si llueve o que haya asueto comercial. Caminé un poco y entré a comer en Jasmim Manga. Fue lo que más me gustó de Santa Teresa y lamentablemente creo que cerró. Los negocios estaban preocupados por la ausencia del tranvía porque ya no iban tantos turistas. Comí pasteles fritos de camarón con salsa agridulce y refresco de guaraná. Compré recuerdos en una tienda de artesanías y volví caminando al hotel.
Mi idea era encontrar el convento de Santa Teresa y bajar por las escaleras Selarón, pero me perdí y terminé en el barrio de Gloria. Igual llegué bastante rápido al hotel. El profesor que conozco de Río se asustó cuando le conté porque me dijo que por ahí hay una favela y que lo que hice era peligroso. Luego vi un mapa que tenía el hotel con las favelas de la ciudad y ¡hay una por barrio! Es imposible evitarlas.
Esa noche fui al cóctel de bienvenida del congreso donde seguí comiendo camarones y jugos de frutas. Me harté de canapés (en el buen sentido: amo los canapés!!!).
En octubre del 2011 hice mi primer viaje más allá de las costas argentinas y uruguayas. Me animé a viajar sola a un congreso en Río de Janeiro. Un compañero de trabajo que siempre viaja a Brasil me orientó un poco. Así, por ejemplo, me recomendó hospedarme en el barrio de Catete, más seguro y económico que otros. De hecho, me había pasado el dato del hotel Río Claro. Sin embargo, yo buscaba un sitio más cercano a la sede del congreso, cosa de no gastar en transporte todos los días. Un profesor de Río de Janeiro me pasó el dato del hotel Marajó, ubicado en el centro de la ciudad. Este hotel era muy barato en comparación con los demás pero tenía sus pros y sus contras.
A favor: cercanía a la sede del congreso, al subte (estación Cinelândia), colectivos, cajeros y al casco histórico. Se encuentra casi al lado de las escalinatas de Santa Teresa o escaleras Selarón. El precio. Ascensor. Desayuno -muy básico- incluido, televisión, ducha con agua caliente.
En contra: hice la reserva por teléfono (como mi portugués es casi inexistente, la hice en un locutorio con mi compañero de trabajo que es profesor de portugués) pero cuando llegué no la tenían. Me llevaron por esa primera noche al Hotel Americano que está en la misma cuadra. Este otro hotel era un poco más caro (y el plus tuve que pagarlo yo) y tuve que subir dos pisos por escalera con mi valija. Lo peor fue subir y bajar esas escaleras.
El ruido. Tal vez fuera porque me acostaba temprano, pero la ventana daba a unos vecinos no muy silenciosos (tendría que haberme cambiado de habitación). ¿La solución? Cerraba la ventana y ponía en marcha el aire acondicionado. Era de los viejos y el sonido del motor apagaba los demás ruidos. Como me daba frío dormía bien abrigada con frazadas y tapaba un poco la salida del aire con una toalla. Finalmente estaba el tema de la ubicación. Si bien es cómoda, la zona no es muy linda de noche. Igual nunca pasó nada.
En conclusión, no es un mal hotel (si bien no es turístico) pero si vuelvo a Río seguiré el consejo de mi compañero.
Del aeropuerto de Río de Janeiro al centro, pueden tomar un autobús que los deja en Cinelândia. Ese mismo colectivo sigue luego hacia Copacabana e Ipanema. Lo toman en el primer piso del aeropuerto internacional, terminal B. Autobús nº 2018.
Lo primero que hice cuando llegué y me instalé en el hotel, fue ir a comprar agua mineral a un supermercado. Por seguridad, NO beban el agua de la canilla.
Cené en el hotel unas empanadas de pollo («empanadas de frango») que compré en la peatonal. Allá es posible comprar casi todo con tarjeta de crédito y/o débito.
Esa noche empezó a llover. Estuve una semana en Río y la lluvia arruinó mis planes. Quería ir a Ilha Grande, a la Fortaleza de Santa Cruz en la isla de Niteroi y quizás comprar algún tour. Me había fijado en el tour Islas Tropicales o en la excursión a la selva de Tijuca. No pudo ser. El clima tormentoso perduró hasta que me fui.
Las frases que me salvaron en Río:
Bom dia. Boa tarde. Boa noite.
Obrigada. Muito obrigada.
Quanto custa isto?
Nâo percebo. Fale mais devagar, por favor (No entiendo. Hable más despacio, por favor)
Desculpe, onde fica…? (dónde está…?) Ej.: Onde fica a praia? / Onde fica o banheiro?
A conta, por favor.
Fas favor! (perdón)
Leite (leche), vitamina (licuado), chá (té), misto quente (tostado mixto), batatas (papas), cartâo de crédito. Otras frases.
Igual llevaba siempre conmigo un pequeño diccionario.